Desde niña tenía ciertas cosas que me hacían la misma ilusión y cosquillas en la panza que el enamoramiento. Es mi modo más típico de explicar la emoción. Esa emoción de cuando recién estas conociendo los sentimientos, el mundo y todo.
Yo soñaba y me ponía como un asteroide a la velocidad de la luz cuando veía casas. Miraba revistas que traía mi tía de sus trabajos. Se las regalaban sus patronas ricas. Eran revistas de diseño de mansiones y yo alucinaba viendo cosas que parecían de otro mundo, pues el mío era muy diferente.
Yo vivía apenas en una piecita con techo de lata, junto a mi madre y mi tía. No había baño y en los inviernos, sentías como la transpiración del techo por la helada te caía en la cara.
Pero en ese mundo yo me armaba mis mundos. Y sabía encontrar la calidez de todos modos. Sentir la posibilidad que me brindaban mis condiciones de vida en ese tiempo, como oír la lluvia estruendosa en ese techo liviano. El peso de todas las cobijas que había que echarse encima porque sino no soportabas el frío. Dormir con mi cama pegada a la de mi madre, perro, gato, loro, todos juntos. Iba con mi personalidad tan primitiva, tan arraigada a mi parte reptiliana.
A mí todo en el mundo me parecía muy extraño, pero de manera fascinante. Apreciaba las cosas cotidianas con una fascinación que otros niños no sentían. Y eso no me abandonó de mayor. Aún sigo manteniendo mi capacidad de asombro tanto de las maravillas de la vida como de las cosas que otros toman como «normales» y en mí no tienen lugar. Son inaceptables.
Pero, sin irme de tema, hacia todo lo posible por armar casas para mis juguetes. Porque jugaba con muñecas y macaquitos, con todo. Y a todos los ponía a dormir en esas casas diseñadas con cartones, maderas. Luego tuve una, y mi pasión era estar todo el día armandola. Me fascinaban.
Cerca de donde vivía y aún vivo, había una mansión, de esas que tienen un camino largo y muchos árboles. Estaba muy tapada, y cuando salíamos a caminar intentaba ver su piscina de piso. Eso en mi niñez era como algo que era impensable en este sitio. Pero esa casona existe aquí porque fueron inaguradores del sitio. Habían venido de Bélgica y hacer ese estilo de mansiones con piscinas, fuentes y todo, era lo normal. Nada tenía que ver con la cultura de los que nacimos acá, en los suburbios, donde la gente apenas podía tener una casa digna.
Amaba todo eso. Con ilusión, sonrisas y brillo en los ojos. Nunca con envidia o algo parecido. Sino que como dije, veía la posibilidad de ver tesoros cerca de mí y luego, imitarlos en mi día a día al jugar.
Siempre amé el agua. Adoraba los charcos, las cunetas inundadas. Incluso celebraba el día que desperté tras una gran tormenta y el agua llegaba a mi cama mientras los demás abrían zanjas.para desagüar. Yo veía que para ellos era malo, pero para mí era algo como: ¿por qué sacan tan pronto el agua? Quiero nadar, hacer barquitos.
Qué bonita memoria me trae saber que le sacaba el jugo, el lado bueno a todo, incluso a lo malo. Es una capacidad qué no deberíamos perder cuando el mundo adulto nos sumerge.
A mis catorce años decidí que quería irme vivir a un sitio llamado Piriápolis. Un balneario qué me recordaba a la antigua ciudad de Troya.
Lo había conocido cuando fui de viaje con el coro de la escuela a cantar. Estuve entre sus cerros. Lo tiene todo. Mar, naturaleza, paz. Sitios que te conectan a algo antiguo, a lugares sagrados. Como la fuente del toro entre toda la vegetación.
Mi sueño es tener mi casa allí. Una casa que no tiene pretensión alguna. Salvo que yo no puedo vivir sin el agua cerca. Porque donde vivo, aunque todo está venido a menos y destruyeron el sitio natural que fue, debajo de la tierra aún existen las canteras de agua qué, en su tiempo, fueron sitios cristalinos donde nadaban los patos. Zonas rodeadas de laguna. O sea que el agua me ha acompañado, aunque los minicipales las hayan tapado.
Pero, si pudiera pedir un deseo solo seria ese. Dejarme dormir con el ruido del mar. Lo daría todo. Y aunque puse esa imagen tan bonita en la entrada es solo porque me gusta que una casa sea un lugar pacifico rodeado de naturaleza.
Pero si tuviera que volver a vivir sin baño, con techo de lata, en una cabaña minúscula, pero ser libre del pasado, resetean mi vida y estar al lado del mar, ya ni siquiera importa donde ni cómo, pero que no me falte la presencia sublime del agua.
Gracias por leerme. 🥰